Esta no es una historia de trepidantes giros, ni de finales para caerte de culo.
En jerga balonmanera, la historia de este jugador no acaba con una despedida de placa, un pabellón abarrotado o un busto en el cuartito de las pesas, como tampoco se enmarca en un palmarés de Champions que te haga arquear las cejas. Esta historia es muy normal. Y creo que por eso mismo tiene un valor incalculable porque es la de muchísimos otros jugadores de balonmano que dedicaron una vida a este deporte. Lo hicieron en silencio, con discreción, sin reseñas, pero creyendo en él y haciéndolo grande, también desde abajo. Podríamos decir que Jose Mónaco Albanell, un extremo izquierdo atípico, llegó a convertirse en toda una institución de la Salle Bonanova; cierto es que no era de la casa, pero sí del vecino, Escola Pia de Sarrià. Esta temporada, tras 21 años dedicados al balonmano (18 como salesiano), Jose ha dicho prou a la edad de 29 años: deja el deporte con más convicción que dudas.
Los inicios: un jugador de una plantilla de cinco niños
Ya en los 2000 el balonmano empezaba a ser el patito feo en muchos colegios barceloneses. Y la prueba estaba en cómo se configuraban esos grupos, en el caso de su colegio, bajo mínimos y con niños de distintas edades: el amigo 1, el amigo 2, el hermano, la hermana del amigo que era dos años mayor, y el primo Zumosol, que les sacaba tres años y no tenía ficha, pero si faltaba alguien se ponía el peto y salía a jugar. En Escolapios iba así. El balonmano era minoría, pero era. Por entonces, aún había sección, que ya era mucho. Y, desde luego, Jose, de la quinta del 1992, no olvida cómo era jugar en esas condiciones: «Éramos muy malos. Cada año éramos cinco o seis, incluso llegamos a ser equipo mixto. Pero todos los que jugábamos allí nos creíamos buenísimos. La derrota nunca nos importó a pesar de que no ganábamos ningún partido. Al final éramos niños y nos lo pasábamos muy bien, aprendíamos».
Algún día dedicaremos un artículo especial al balonmano fraternal, porque este muchas veces determina el rumbo de un jugador. Jose jugó con Fernando, su hermano mayor, quien pasado todo este tiempo, ratifica la importancia de eso de jugar con tu hermano. Fer asegura que «el balonmano siempre fue un punto de unión más entre nosotros (además de los mordiscos y nuestras infinitas batallas). Empezamos nuestra aventura prácticamente juntos. Qué buenos momentos, cada uno entrenando con su equipo y al acabar, a las escaleras centrales a esperar a que Mamá apareciera por la rotonda del cole con su inconfundible R5. Una vez en el coche, más batallitas…»
El mundo es un pañuelo y el del balonmano ni os contamos. Porque si retrocedemos hasta 2001, resulta que Jose fue pupilo de Oliver Roi, entonces portero del Sanes, quien más adelante formaría parte del cuerpo técnico del Barça. «La empatía y el cariño que nos tenían todos los entrenadores en esa época siempre fue muy importante. Oliver era un buenazo y nos cuidaba mucho. También estaba Oscar, y Sito, que entrenaba a los mayores, pero cuando subía me trataba muy bien«. A efectos prácticos, con 7 años Jose fue dirigido por el actual entrenador del Zamalek SC, campeón de Egipto.

Rubiales, quejica, extremadamente competitivo, líder, goleador. Mónaco no tardó en detectar que el balonmano se le daba bien y que había camino por delante pese a jugar en un equipo en fase de desintegración. Terminó pre-Intantil en Sarrià, y a pesar de que algunos de sus compañeros saltaron a SAFA (inclusive su hermano), sus padres lo inscribieron en el Infantil de la Salle. Jaume Reixach, compañero del cole y ex-jugador del primer equipo, recuerda esos momentos que vivieron juntos: «empezando con las vueltas a casa con Elena, su madre, o en la moto, pasando por los campus del Valero, entrenos al Intemperie y, sobre todo, muchos partidazos que jugamos juntos.»
De ahí hasta ahora, una vida (porque realmente es casi toda una vida) dedicada al balonmano en la Salle. «Escolapios estaba muerto y, en un campus del Valero, Pasqui, que por entonces jugaba en la Bonanova, me vio jugar en un partidazo y me dijo: ¿oye, firmamos contrato, no? Yo estaba motivadísimo de dar el salto en la Salle y comérmelo todo«.
Contrato en la servilleta: una carrera labrada desde el banquillo
Siempre hablamos de los que lo jugaban todo, pero, ¿y qué hay de los que calentaban banquillo? Jose puede contestar con conocimiento de causa. Perseverancia y actitud son probablemente los dos valores que mejor le representan. Él hizo de su carrera deportiva una historia chula. Porque al principio no destacaba especialmente en ataque ni en defensa, tardó muchos años en subir al primer equipo, aunque no desfalleció y terminó siendo uno de los capitanes del «A». Porque, como él dice, «hay que entrenar y jugar para llegar al primer equipo, ya que es competir al más alto nivel que te ofrece la Salle. Tarde o temprano casi todo el mundo acaba teniendo la oportunidad«. A él le llegó, pero no fue empresa fácil.

En la adolescencia, Jose era de los imberbes. Acabó midiendo 1,86, pero creció lento. Poco a poco fue perfilándose como un jugador espigado, a medio camino entre delgado y corpulento, un pelín débil y algo lento.
En categoría cadete, Dani Ariño (futuro entrenador del primer equipo senior de la Salle) le sacó punta en el extremo izquierdo y de ahí en adelante se especializó en la posición como un especie de Källman pero con menos dinamita. Como cadete, recuerda esa temporada con él en la que casi conquistan una plaza en los campeonatos de España… «Dani montó un equipo muy competitivo y yo tenía poca cabida. Iba con un decalaje de físico y juego brutal, y ahí los minutos ya no se regalaban. Estuve jugando los dos años de juvenil poquísimo. El recuerdo que tengo de ese partido polémico contra La Roca, en el que perdimos de uno, es del vestuario, el cabreo de mis compañeros. Allí empecé a entender qué era la competitividad«.
Un jugador del «A» que fue muy del «B»
Ha habido años en los que el «B» ha sido más que el «A», y viceversa. La categorización obviamente responde a una lógica, pero muchas veces hemos sido testigos de cómo el segundo equipo doblaba en términos de compromiso y, por extensión, de competitividad. Sin ese «B», nunca hubiera habido el «A» que somos ahora. Y él lo sabe mejor que nadie: «Los cuatro años en el «B» los disfruté mucho. El primer año en el «B» con Dani Ariño fue brutal. Recuerdo competir con muchas ganas y acabar jugando esporádicamente por delante de José Simón«.

En la segunda etapa subió mitad del equipo al «A» con Dani. Luego de abajo subió una buena generación. Estuvimos con Salva, pero era un equipo corto. Fue un año duro porque veníamos de competir mucho y sentí un poco de frustración. La tercera etapa del senior «B» fue con Kily y se creó un grupo muy bueno, con Buxi, Albors, Molina, y ese año subimos a Primera Catalana. Ahí empecé a coger un rol dentro del equipo que no había tenido. Empecé a defender de dos y de tres. Esos dos años antes de subir al primer equipo fueron muy buenos«.
Gol de la victoria en Nacional: «ya me puedo retirar»
Los tiempos de gloria llegaron en el «A» y Jose los saboreó. Temporadas en Lliga imbatibles, ascensos a Nacional, viajes y goles que quedan en la retina del colectivo. A él nunca se le olvidará, por ejemplo, ese gol contra Sant Cugat que supuso la victoria en el último segundo, y que precedió una remontada ocho goles. «Considerarlo como el momento más dulce sería un poco egoísta. Pero sí, siempre había pensado que nunca viviría un momento así. Realmente fue muy chulo«.
«Hicimos un parcial de 0 – 8. La portería estuvo espectacular. «Capi» Clemente robó la bola con el pie en el último segundo, todo sea dicho, y me acabó pasando a mi que estaba de avanzado. Contrataque. Uno o dos botes y gol por la escuadra. Luego, bola en el centro del campo, que no tuvieron tiempo de lanzar. Y ahí pensé: buah, este es mi momento«.
Si hacemos un balance global, Jose Mónaco probablemente perdió más partidos que ganó. Pero vale la paradoja de que él, como persona, ha ganado de goleada: «Nadie nos paga por esto, pero en nuestra pequeña escala, me alegro de haber competido, de haber ganado dos Lligas Catalana, dos ascensos a Nacional, una segunda catalana, pero para mi es increíble. Y lo mejor es haberlo hecho con lo amigos. Tener un recuerdo así para toda la vida, los sentimientos, lo valores que me ha dado el balonmano. Estoy muy orgulloso«.
A saber: la experiencia nos dice que jugadores como él no acaban desvinculándose de este deporte. Como dice su hermano Fer, «cuando se acaba una etapa, empieza otra«. Pero sea cual sea, nos da que seguirá andando cerca del poli. La historia siempre sigue presente.
Por Màrius Riba.