Hay ciclos que duran temporadas, décadas e incluso vidas enteras. A uno lo apuntan a balonmano de pequeño, sin saber muy bien por qué, y no es consciente de que está marcando el devenir de un club. Una ficha benjamín (y alevín, e infantil) tiene un valor incalculable, pues no somos tantos. Y menos son los que empiezan, viven y cierran esos dilatados ciclos hasta el final, porque ese espiral de amor por su equipo nunca les ha dejado irse. Si la Salle Bonanova ha llegado hasta donde ha llegado, indudablemente ha sido gracias a esas personas que lo han dado todo por ella. Entre ellas está Abel Domato.
Hoy en día lo podréis encontrar en la grada en algún partido del 1er equipo, aunque jugó más partidos en el poli que la mayoría de nosotros. En segundo de primaria (benjamín) ya se pelaba las rodillas en el patio del cole, es decir, que con 7 años empezó a jugar a balonmano. Conformó la generación del 81 en la Salle, la que años más tarde erigiría el senior A en lo que supondría un nuevo ciclo para el club. Pero Abel, más allá de dejar una huella sentimental, dejó al club una herencia de la que nuestro balonmano sigue enriqueciéndose a día de hoy. Él, junto con otros compañeros (a quienes también dedicaremos un espacio en este blog), apuntaló los cimientos de este proyecto. Una nueva Salle estaba en construcción.
La Salle ya era una familia en el siglo XX

Equipo benjamín de la Salle Bonanova. Temporada 86/87
Y su «padre» era Ramón. De infantil, Abel (en el centro de la fila de abajo), ya era casi tan alto como su entrenador, a día de hoy motor activo del club, quien asegura que con 11 años, Domato era un «tanque«. «Ramón me engañó para jugar a balonmano. Entonces, en el cole había «actividades», en las que durante un rato podías probar un deporte. Yo escogí balonmano, aunque no tenía a ningún amigo jugando. Más tarde los lié para que también se apuntaran…«. Y así empezó todo.
El concepto «familia» puede sonar romántico, pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Paradójicamente, 30 años atrás no era muy común que los padres fueran a ver los partidos de sus hijos. Aunque Ramón suplía con creces ese rol: «Ramón era nuestro padre. Hacía de coche escoba. Nos compraba bocadillos. Con 10 años, nos llevó a ver la primera Copa de Europa que ganó el Barça, y recuerdo celebrarla con las banderas desde su coche». Es un sentimiento recíproco, porque Ramón también confiesa sentirse el padre de él y, por ende, de ese grupo.
De Madrid al cielo, y al suelo
Abel no es un «one club wonder«, ni tampoco un salesiano purista, por supuesto. En su época de la ESO, entonces BUP, por motivos familiares tuvo que mudarse a la capital, donde se sumó a las filas de la Salle Maravillas gracias, en parte, a las buenas sinergias entre hermandades. «Fueron 4 años. En ese club, el balonmano es el primer deporte. Recuerdo que en el pabellón estaba prohibido jugar a basket; solo handbol«. En esos lares, Abel se construyó como jugador, y por el camino hubo personas imprescindibles, como Paco Parrilla o Juan Hernández, quien fuera el «segundo» de Juan de Dios. «Juanito me bajó los humos«, me comenta entre risas, pues a esa edad, con su físico tan corpulento, dice, «había poca gente que me parara«.

Abel Domato (abajo, segundo por la derecha) y Raúl Entrerrios (arriba, primero empezando por la izquierda)
Como jugador, un momento que le marcó fue cuando estuvo en la concentración nacional. Para él fue un auténtico «choque«. «Fue un baño de humildad. En lugar de causarme el efecto de, ‘tienes que trabajar mucho para ser como ellos’, me generó el de ‘siempre habrá alguien mejor que tú’.» En esas, y con el Barça siempre al acecho, Abel regresó a Barcelona para fichar por el entonces proyecto de Sant Martí Adrianenc, filial y antesala del todopoderoso FCB. Sin embargo, duraría un año. Por entonces, su última época de juvenil la pasó en la Salle, donde volvió a tocar de pies al suelo. Formaron un gran equipo y reconoce que allí «volvió a disfrutar del balonmano«.
«Bruce» Springsteen ya daba rock del bueno en el Safa
Ahora, ‘Thunder Road’ podría empezar a sonar de fondo, o quizá, por el contexto, más bien ‘One Step Up’ de Tunnel of Love. Tiene su punto de épica. En la entonces extinta «júnior», la Sagrada Familia d’Horta, es decir, el SAFA, se convirtió en su nueva casa. Bruce, actual entrenador de Gavà, dirigía por entonces: «con Bruce aprendí muchísimo. Con él lo ganábamos todo. Además, tenía jugadores veteranos de su quinta que eran buenísimos«. Con todo, ese ciclo acabó pronto porque el club no se involucró lo suficiente. «Bruce quería que el cole se mojara, se movía mucho para que el club nos ayudara, pero al final se cansó, y se volvió a SANES. Nunca olvidaré la competitividad que había«.

50 aniversario del balonmano de la Salle Bonanova. Xavier Mercader sujeta la copa al lado de Abel Domato, Ramón Zapater y Ricard Parera.
Con su disolución, Abel volvió a la Salle, arrastrando a algunos compañeros de SAFA (Rubi, t’estimem), para crear un senior que sigue latiendo a día de hoy. En esa última y larga etapa, asegura haber vivido uno de los momentos más duros de su carrera. «En unas fases para subir a Lliga, cogí el equipo porque a Manolo, nuestro entrenador de entonces, lo echaron. Quedaban siete partidos, pero no logramos subir. Fue una gran decepción para mi. Desde ese día nunca más volví a coger un balón«.
Abel Domato dejó el balonmano a los 26 años.
Jugar y construir la base de la pirámide
«Bajar de categoría no importa. No subir a Nacional, da igual. Lo que no nos podemos permitir es que el benjamín no tenga niños«. Palabras de Ramón Zapater que suscribo con rotulador. Si algo ha caracterizado a nuestro club a lo largo de estos casi 70 años ha sido, como bien apunta, la capacidad de «preservar nuestra esencia«. Él, al igual que muchos otros, como Ricard Parera, Xavier Mercader (‘Merca’) y José Miguel Mellado (‘Mondi’), fueron figuras clave en la consecución de este propósito que, recalco, es perenne. «Es el máximo representante del espíritu salesiano«, apunta Ricard. «Siempre ha sido muy friqui, le ha encantado ponerse al frente de todas las iniciativas y ser la cara visible de la Salle», explica Merca. «Sacrificó muchos temas personales (especialmente los estudios), para dedicarse a tope con el handbol«. Ya lo veis. Si la pirámide se mantiene firme es porque la argamasa es buena.
Paralelamente, Abel compaginó su labor de jugador con la de técnico. Comandó probablemente una de las mejores generaciones que han surgido en la Salle Bonanova: la de 1990. «Al principio de todo, cuando Ramón me convenció para entrenar a la base, yo hacía ‘actividades’ para los chavales del 87‘. Quintela, futuro jugador del primer equipo, fue uno de ellos. «Intenté convencer a Roger Pons, a Puchol, y a un tal Gerard Piqué. Por suerte, este no me hizo caso y se apuntó a fútbol…»
La generación del 90, trabajada desde los inicios, sería una de las más prominentes en la historia del club. En ojos de un niño, Borja Estengre, jugador de entonces, lo recuerda como un entrenador muy comprometido con el desarrollo del equipo; «aprendí muchos valores de él, siempre desde el respeto hacia los compañeros». La generación sería, al mismo tiempo, una de las más afectadas. Antes de dar el salto a cadete, y pese a acordar que nadie del equipo cedería ante tentativas del Barça, el club azul y grana causó estragos y desmoronó parte del bloque. Con todo, jugadores como Nacho Clemente (uno de los más importantes de la Salle) o Javier Humet, aguantaron. Pero por poco tiempo.

Alevines. Generación del 1990. De izquierda a derecha, de arriba a abajo: Alfredo Rocha, Jaume Bas, Javier Humet, Nacho Clememente, Pere Madurell, Toni Pinillos, Abel Domato (entrenador), Pau Llinàs, Victor Gómez,, Marc Fusté, Borja Estengre, Miguel Puchol
«El Barça quería fichar a siete tíos. Barbeito no pedía permiso, directamente llamaba. En esa época todos nos mantuvimos fuertes, porque sabíamos que iba a pasar. Nadie quería fichar por el Barça. Pero finalmente se salieron con la suya y fue muy duro. Fue entonces cuando me fui a entrenar a Coras».
Balonmano de mi CORASão
En Coras, casualidades del destino, en un equipo integrado por jugadores de la generación del 90, Abel marcó un hito en su carrera como técnico. Lo hizo de la mano de Jordi Giralt, según él, «uno de los mejores entrenadores de base que hay en Catalunya«. Aunque por fuera siempre proyectó la imagen de hombre temeroso, sé de buena tinta que los que trabajaron con él solo tienen que buenas palabras.
«Éramos como hermanos. Dentro y fuera de la pista. En realidad, Giri siempre controlaba la situación. Tenía muchísimo sentido del humor. Recuerdo que en una fase final en Alcobendas toda la grada le gritaba: «¡Gordo, hijo de p***!». Y no olvidaré que, en ese momento, se giró y me dijo: «Abel, tío, que te están llamando gordo«. La química entre ellos fue básica, pero sus capacidades técnicas, sus habilidades para exprimir los jugadores como naranjas, evidentemente, también: «Abel se anticipa siempre a los problemas. Eso le permite tener una perspectiva general sobre la situación y el equipo en el día a día, y actúa en función de sus necesidades«, aprecia Jordi Giralt.
Quien haya jugado contra ese equipo en algún momento de su vida, lo recordará como un ejército de moles muy buenas. Víctor García Blasi, «Mula», uno de los más fieles y brutos de esa hornada, reconoce esa habilidad que tenía: «Vosotros nos engañabais y nos hacíais creer que éramos super héroes«. Alex, portero titular de ese «dream team«, suscribe la idea de Giri: «Sabía transmitir lo que era necesario«. Siempre recordará que, la noche antes de la Final en León (2006), le preguntó a Abel si «creía que iba a jugar bien mañana«. Con sonrisa pícara, él le contestó: “juega tranquilo y como tú sabes, sacarás los balones importantes”. Y así fue.
Un equipo de «cole», por así decirlo, terminó conquistando unos campeonatos de España cadete. Abel fue segundo míster de ese grupo, aunque cuando le pregunto por el orgullo que le remite todo esto siempre me sale con las mismas: «las personas«. «Para mi, lo chulo, más que las medallas, es lo que construimos. La formación que me dio jamás la aprendí en las universidades«.
Ese sentimiento es extrapolable a su posterior etapa como segundo entrenador en la base del Barça, donde, resalta, vivió experiencias que le enseñaron mucho. «Entrenar en el Barça te permite ver la casa por dentro. Allí sientes el verdadero poder que tiene la camiseta«.
En esa última etapa como míster, acabaría entrenando a jugadores del club que le vio crecer. Alvaro López Novoa, actual árbitro de balonmano, lo llevaría en volandas en más de una ocasión. «Era muy detallista en su trabajo», sentencia Novoa. Una cualidad que llevó con serenidad, paciencia. Abel fue un ingeniero del balonmano con manitas de arquitecto.
Un ciclo sin fin
Llegar a la cumbre es viable si hay una buena base que te sostiene. Podrás desmoronarte, pero volver a empezar. Como dijo Merca en 2011 cuando bajamos de Lliga: «a veces, para dar un pasa adelante, hay que dar un paso atrás«. La vida útil de la Salle no es la de unas pirámides de Giza, pero no nos podemos quejar; nos ha ido bien. Pero a buen seguro sabemos que es porque la rueda no ha parado. Abel, está a punto de completar los 360º. «El año que viene mi hijo jugará a handbol. Aunque tengo muy claro que mi rol estará en la grada. Seré un padre más que hará de taxista. Callaré, animaré y entenderé«.
Por Màrius Riba.