Victor Jouanneau, el adiós de un jugador bueno

«Este año lo dejo«, «es el último» o «lo tengo decidido, no seguiré» son frases con las que muchos jugadores en activo comulgan. Es la eterna contradicción del balonmano amateur, semi-profesional o incluso profesional: te preguntas quien te manda a ti entrenar un martes por la noche en un patio de cemento, pero ahí estás. Victor Jouanneau (1991) era bueno y no se quejaba, porque en el fondo sabía cuál era la explicación lógica para dar la bronca y alargar una retirada hasta los 4 años. Le gustaba el handbol de la Salle. Aunque a lo largo de su carrera cambiaron las tornas: la Salle le acabó gustando más que el handbol. Esta temporada rara ha sido definitiva: Victor cierra el bote de resina para siempre porque su rodilla ha dicho basta. Atrás queda una dilatada carrera de balonmano llena de pasión, aprendizaje y, sobre todo, amistades.

L’enfant terrible del balonmano

Pícaro, que no provocador. Precavido, que no timoreto. Y bueno, que no ingenuo. Victor Jouanneau salió de las arcas del Lyceé Français -como la mitad de jugadores que acaban aterrizando en la Salle- conservando sus rasgos más genuinos hasta el final. Su madre lo apuntó a balonmano porque así lo dictaba la tradición: «Yo era el pequeño de tres. Mi hermano mayor ya juagaba a balonmano, el segundo también, así que yo ya lo mamé de antes«. Estamos hablando del año 1998, de cuando en los colegios se contemplaba el balonmano antes que el futbol, porque tal vez éste ni existía como actividad extraescolar.

Víctor Jouanneau (número 8) con su equipo del Liceo Francés. Temporada 98-99.

Entonces, hubo figuras irrepetibles, como Rafa Prat, que «fue el tío que inició el balonmano en el Liceo. Sin él saberlo, impregnó a muchos jugadores de motivación. Tenía una manera de educar que se ha perdido. Era la vieja escuela con gracia, que no se pasaba de la ralla«. 22 años después, Victor confiesa que una de las situaciones que más le marcó como jugador fue allí: «Un día, de muy, muy pequeño, cuando no podía ni tener ficha, el entrenador de mi hermano me vio jugar con él y me dijo, «ponte la camiseta, que juegas». Fue brutal«.

De constitución menuda, fue un escudriñador nato de defensas ya desde mini-handbol, perfilándose como el niño que nunca alcanzabas a defender, porque sus piernas corrían a la misma velocidad que su cabeza; hoy se retira manteniendo esos dotes.

Cuando el balonmano en el Liceo tocó techo, Victor, de nuevo precedido por los pasos de su hermano mayor, Sergio Jouanneau, dio el salto a la Salle en cadete de segundo. «Mi hermano Sergio se cambió un año antes a la Salle, entonces yo fui luego. En el campus del Valero Rivera conocí a Lluís Gonyalons y a Marc Madurell, así que llegué ya con algunos amigos y fue más fácil«.

Sus temporadas como cadete y juvenil fueron discretas a nivel de resultados, sin embargo, como juvenil de primer año, participó en un hito histórico para el club: las fases de clasificación para los campeonatos de España (2007-08) con el equipo Juvenil de segundo año. «Solo el hecho de que me llamaran para jugar fue muy heavy. Me generaba muchos nervios estar en un partido. Ese nivel era  de «te estás codeando con los mejores». Pero, por otra parte, me encontraba con un grupo ya formado, y no sentía esa importancia dentro del equipo«.

Presentación del partido de vuelta para las clasificaciones de sectores. Jornada de vuelta contra La Roca, temporada 2007-08. De izquierda a derecha: Guillem Trius, Pau Llinàs, Victor Jouanneau, Oscar Ruiz, Nacho Clemente, Pep Sort y Màrius Riba.

La otra lectura del «pequeño pero matón»

Para hablar de Victor Jouanneau a estas alturas es justo remontarse a su década como jugador en calidad de senior. Pese a que acabó midiendo 1,70 de altura, el físico es un aspecto realmente reseñable. De nuevo, su astucia nos ha permitido ver cómo del hándicap se puede tornar en virtud. «No me cazaban a menudo. Siempre la pasaba antes del contacto. Es cierto que de más joven me imponía el aspecto físico, pero nunca le he perdido la cara. En senior supe explotar un poco mejor mi físico. Cada uno sabe cómo es y tiene que saber aprovechar su potencial». En otras palabras: la altura y/o envergadura no solo se contrarresta con músculo, ni con garra, ni con huevos. Sobre todo, se compensa con luces.

Partido en tercera catalana contra Gavà. Temporada 2010-11

En este sentido, Victor fue matón, pero un matón silencioso. Guillem Trius, compañero de cadete, apunta que «Su cabeza siempre iba una marcha más. Era un reto jugar a la velocidad que él jugaba, pero era esa velocidad la que lo hacía un jugador especial y diferente. Era un tipo de jugador que siempre quieres tener en tu equipo porque hay muy pocos». Jose Simón, actual jugador del senior A y compañero suyo desde cadete, recuerda muy bien cómo jugaba sus cartas: «pasé años jugando con él creyendo que me la iba a pasar y siempre me fintaba el pase para entrar él entre uno y dos«, apunta.

Si pudo prosperar rápidamente como jugador senior sin duda fue por la figura de Dani Ariño como entrenador del senior B y posteriormente del senior A: «Me rescató. Confió en mi y siguió confiando en mi«. «Fue muy importante para mi cuando apostó para que jugara de primera línea. Me transmitía mucha pasión y sabiduría«. La buena sinergia se hace patente con las palabras de Dani: «Tal y como veo el handbol, Victor es el tipo de central que siempre querría tener. Por su inteligencia dentro de la pista, por ser un jugador rápido y eléctrico, por saber llevar el ritmo del partido, por su capacidad goleadora y de generar juego para los demás. Y, sobre todo, porque todo esto lo acompaña siempre de una sonrisa, de pasión, compañerismo y dediación, cosas que solo hacen que multiplicar sus virtudes en la pista. En mis mejores recuerdos de los años de la Salle siempre aparece. Victor siempre, siempre en mi equipo«.

La Salle, un amor también fraternal

La figura de su hermano Sergio explica de forma directa su evolución como jugador. «Sergio siempre ha sido un referente. Es un tío que en todas las pretemporadas, en casa, cada día salía a correr y hacer pesas. Era una demostración de sacrificio brutal. Con él he valorado aspectos muy importantes del deporte«. Y es que el trabajo y compromiso de Sergio, en efecto, lo catapultaron hacia la capitanía más joven que ha tenido la Salle. Conviene recordar el peso que tuvo Sergio como jugador, para en parte entender que para Victor fue un gran punto de apoyo. Por experiencias del pasado (porque no han sido los únicos hermanos que han compartido vestuario en la Salle), sabemos lo importante que es este factor. Sergio lo deja muy claro: «se me hace difícil opinar como hermano porque yo no lo veo como jugador de handbol. Cuando le pegan una hostia, yo lo siento más. Con miradas ya tenemos todo el entendimiento«.

La historia, de hecho, ha puesto en valor algo tan increíble como que tu hermano y tú juguéis en el mismo equipo. Ambos vivieron épocas doradas juntos, de la misma manera que sufrieron época más agrias. Tras su inesperada marcha conjunta a Esplugues en 2014, ambos aprendieron una lección de vida. Sergio lo tiene claro: «Mi peor decisión fue dejar la Salle, pero como lo hicimos juntos, fue más fácil tomarla. Él ni se lo pensó dos veces. A mi me llena de un orgullo brutal el camino que hemos hecho y ver que, luego, al volver a la Salle tuvo el cariño de todos. Ha conseguido ser parte siempre de ese equipo«.

Victor resume su etapa en el Baix Llobregat como «muy positiva».  «Cuando llegué, la gran mayoría de jugadores eran seniors de primer año. Los roles no estaban muy definidos, suponía la creación de uno nuevo grupo y nos tuvimos que adaptar«. Mula, excompañero de Esplugues, nos define a un Victor muy calcado al de la Salle: «Juno era un intento de Son Gohan, «petit però valent». Veía un hueco entre la defensa y se tiraba de cabeza, con esa finca al débil a 100/h y su ‘guarrichut’ en bote que nunca falla. De hecho, en Esplugues siempre será recordado por dos grandes hazañas: su mítica finta al débil que nos salvó de un descenso, y, sobre todo, por robar birras de los pica picas para su casa».

Paralelamente, en 2015, la Salle logró su histórico ascenso a 1era Nacional: «Fue una alegría y a la vez una tristeza. No poder vivirlo fue uno de los motivos para volver. Mi paso en espulgues no es de arrepentimiento, pero me permitió abrir los ojos para saber por dónde quería seguir. Al final, volví«. Y se quitó la espina. En 2018 disputaría sus fases de a Primera Estatal, logrando un ascenso de carambola.

Fases de ascenso en Zaragoza 2018. Pista: Stadium Casablanca.

Lo bueno no dura para siempre

Seguimos escribiendo mal su apellido, pero no se enfada. Nos hemos preguntado más de una vez por qué es tan apacible y diplomático tanto dentro como fuera de la pista; lo cierto es que nunca cayó en la trampa. Es bueno porque ha seguido haciendo la faja de sota-caballo-rey y seguíamos perdiendo. O, como dice Gerard Terrats, entrenador del primer equipo y excompañero de Victor, es bueno porque «es uno de esos jugadores que tienen impacto en el juego: cuando está, todo es más fácil, y cuando no, se le echa en falta«. Ramon Zapater opina más de lo mismo, «es un pequeño gran jugador que ha tenido un rendimiento espectacular y del cual echaremos de menos su versatilidad». Así que creo que queda todo dicho.

Se nos va un jugador que ha amado incondicionalmente a este club y a este grupo, que ha sido muy bueno, pero, sobro todo, para la salud de la Salle. La mejor prueba de ello es su tranquilidad en este último punto: «no me entristece dejarlo porque sé que os seguiré viendo«.

Por Màrius Riba.

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